North Adams, Massachussetts
15 de Agosto de 2009
Me llamo Estelle y desde hace tres años ejerzo la profesión de enfermera en el Hospital Regional de North Adams. Siempre me ha encantado ayudar a las personas en todo cuanto pudiese y desde que tenía 12 años decidí no cambiar de opinión y me decanté por la enfermería.
Desde que entré en el hospital, mi labor consistía prácticamente en ayudar a los niños que ingresaban con enfermedades graves o incurables. Yo ejercía un poco como amiga-psicóloga a parte de animadora socio-cultural y la verdad que me encantaba ver como los niños, despreocupados de su enfermedad, pasaban horas riéndose con los dibujos o jugando con los demás compañeros en la sala de juegos. Como todos los trabajos, ser enfermera tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Me siento la mejor de las personas cuando veo que alguno de esos niños consigue seguir adelante, con una vida llena de posibilidades, al igual que no podría sentirme peor y pensar que estuvo dentro de mis posibilidades ayudar a cualquier niño que, por desgracia, lo venció el cáncer. Entretanto, hubo una temporada en el mes de junio que, los niños estaban más o menos bien y, para no aburrirme en mi horario de trabajo, le pedí a mi jefa que me dejase dar una vuelta por las demás habitaciones de alguna planta, para controlar que todo fuese correctamente. Y aquí empieza mi pequeño golpe de suerte.
Empecé en la planta 3 donde suelen estar personas de más o menos mi edad, entre 25 y 30 años. Después de atender un par de pacientes que, a decir verdad, podían haber sido un poco más amables conmigo, mi siguiente habitación fue la 219, piqué y me encontré con un joven, no debería tener más de 32 años. Estaba durmiendo así que, decidí no despertarle y comprobé que todo estaba en su sitio. Cuando estaba a punto de marcharme, se despertó y reaccionó de una manera extraña, no estaba asustado pero, en su rostro demostraba una expresión no muy típica en un paciente. El caso es que, este chico era de lo más simpático conmigo. Por fin había encontrado un paciente que le sonreía a la vida aún teniendo alguna imposibilidad biológica. Este chico que, días más tarde me confirmó que tenía casi 46 años, se llamaba Random, un nombre bastante exótico para él y, estaba en la planta 3 debido a la ocupación de todas las habitaciones de la planta 4.
Pasaron los días y aunque no dejé de ver a mis pequeños de la planta 2, él me pedía si podía seguir yendo a visitarle y comprobar que todo estuviese correctamente, decía que yo no le trataba como las otras enfermeras, que yo tenía una forma más cercana de tratarle. Obviamente a mi eso me emocionó y, no dudé en ir a visitarle todos los días, 20 minutos por la mañana y 20 por la tarde. Random era un chico (bueno, tenía 46 años pero, el caso es que para mí, era como un chaval de mi edad) simpatiquísimo, me hacía reír a todas horas y, es irónico que lo consiguiese él antes que yo, también era un chico muy curioso y cuando no teníamos un tema de conversación, me preguntaba por otros pacientes y en qué consistía el problema de cada uno. Pasaban los días e incluso empecé a visitarle los días de mi descanso, todos los sábados. La verdad, no me importaba perder horas del sábado para estar con él, en vez de tomarme un café por la mañana después de despertarme cogía el coche y lo visitaba a él y ambos desayunábamos contándonos batallitas.Incluso una vez me dijo que para conocernos más, me llevaría un día al Parque de Boston, decía que era el lugar que más le encantaba y por supuesto dije que nada más que saliese del hospital, montaríamos un pequeño picnic junto al lago. Yo cada vez estaba más abstraída, sólo deseaba escaparme 5 minutos a la hora del bocadillo para ir a verle y empecé a cambiar mis turnos con otra enfermera para llevarle a él las comidas. Él por supuesto, siempre que iba me decía que estaba más que contento de verme casi todos los días y, siempre me despedía con una sonrisa. Un día me tocó quedarme de guardia toda la noche y, como veía el hospital muy tranquilo, decidí ir a ver si Random estaba bien. Abrí la puerta y me lo encontré viendo la televisión.
- Pensé que ya no vendrías. - dijo esbozando una sonrisa picaresca.
+ Estoy de guardia, en realidad no debería estar aquí mucho tiempo.
- Pero estás aquí, por algo será.
+ Sí bueno... La verdad que me puedo quedar un poco contigo si así deseas.
- Todo tiempo es poco si es contigo.
Me quedé paralizada. ¿Aquello era una indirecta? ¿Una insinuación? La verdad, más tarde pensé que, si le había contestado era porque de verdad sí que quería quedarme con él el tiempo que fuese. Estuve bastante tiempo, hora y media metida en la habitación hasta que nos despedimos.
- Espero que mañana también vengas.
+ Sabes que vendré. Estar contigo es diferente a la par que estupendo.
Y entonces, de la que me giraba, él me cogió del brazo, me llevó hacia su cama y me dio un beso. No fue un beso de película pero, fue bastante enternecedor. Yo me quedé parada, después sonreí y sin más, me fui de la habitación. Aunque estuve todo el día pensando miles de cosas que podría hacer con Random, sabía que estaba mal, es uno de mis pacientes, es el llamado Síndrome de la enfermera aunque, más bien suele ser porque la enfermera siente lástima del paciente y se enamora de él pero, en mi caso sabía que yo lo podría llegar a querer de verdad. Además, no es que me importe mucho pero, me saca 18 años. No lo entendía, sabía que estaba mal, aunque como dicen en las películas "el amor lo puede todo" "el amor no tiene límites" y podría seguir así horas. En conclusión, que da igual las circunstancias en las que esté cada persona que si de verdad estás cómodo con esa persona y disfrutáis estando uno al lado del otro, lo demás da igual. Da igual lo que diga la gente, da igual la edad y lo da igual todo. Estuve días y días pensando en él y sobre todo porque, le habían cambiado de habitación y yo no conseguía localizarle. Tenía ganas de verle, tenía muchas ganas. Habitación 219. Por fin, estaba otra vez ahí. Aunque pensaba que la situación sería incómoda, según abrí la puerta, corrí hacia él y después de un fuerte abrazo lo miré, me puse colorada. Seguidamente él se rió y me besó. Ahora sí, había sido un beso de verdad, se respiraba pasión en aquel beso que, vete tú a saber cuánto duró, quizás minutos, no lo sé... Tras ese lujurioso beso, quedé sentada a su lado, agarrándole de las manos y acariciándoselas. Después de unos minutos, decidí hablar:
+ Mira, no sé que piensas. Yo estoy confundida. Cuando me besas pienso que está mal aunque eso no me importa mucho porque, la verdad es que me siento en una nube cuando estoy contigo. Es una expresión un poco estúpida pero es cierto. Te miro y no pienso en lo que puede pasar después, me importa el presente junto a ti. Nunca me había pasado nada así ni por asomo y, mucho menos me había imaginado que acabaría colada por un hombre de 46 años. Aunque yo no te veo así, que lo sepas, para mí eres un joven muy muy grande.
- Estelle, me emociona que digas todo eso. Que no te confunda que en mis ojos no derrame ni una lágrima pero, no soy un chico de mucho llorar. Aún así, he de decir que yo también estoy confundido. No sé por qué el otro día te besé. Fue un impulso, me dejé llevar porque era lo que de verdad quería. Aún así, no sé si es lo correcto. Por mucho que nos lleguemos a querer, yo soy mucho más mayor y mañana tengo una operación durísima.
+ Lo sé pero...
- No debí hacerlo. Tómatelo en serio. Disfruta tu vida, no la desperdicies estando conmigo. Está claro que esto no puede acabar bien. Ya no puedo con más facturas del hospital. Cualquier día...
+ No quiero que digas eso. ¿Sabes que? No lo sabes todo de mí y, te puedo decir que a mí no se me ocurriría dejarte, no ahora que te conozco y que has hecho que piense en ti día y noche y seas el motivo de todas mis sonrisas. Soy enfermera y estoy acostumbrada a todo esto desde muchos años. Sé que puedo estar contigo en todo momento y ayudarte. No necesito saber más de ti, en menos de un mes he averiguado que te quiero.
No dijo nada más. Aunque sí que, como siempre, me sonrió. Era jueves por la tarde y el viernes a las 12 de la mañana lo iban a operar.
+ Descansa mucho. Mañana a las 11 estaré aquí puntual.- le besé y me acerqué a la puerta.
- Gracias vida.
Era viernes y llevaba despierta desde las 8 de la mañana. Las manos me sudaban y estaba más que nerviosa, no podía articular una sola palabra sin tartamudear. A Random le había dicho que estaría a las 11 pero decidí salir cuanto antes de casa. Llegué a las 10 menos cuarto. Habitación 219. El corazón me latía como nunca había latido. Abrí la puerta y... Estaba durmiendo. Me quedé sentada a su lado y mirando por la ventana hasta que se despertó. Le llevé el desayuno y estuvimos hablando, lejos de todo tipo de conversación a cerca de su operación. Llegaron las 12 y entonces vino Mike, un gran compañero mío. Se nos quedó sonriendo.
+ Buenos días Estelle. ¿Estás listo Random?
- Qué remedio...
+ Tranquilo muchacho. Me temo que está Estelle peor que tú.
Que gracioso. Ahí si que me puse más que colorada. Cuando estaba ya en la entrada de la sala de operaciones, quedamos solos un minuto hasta que llegasen el resto del equipo. Le cogí de la mano y le besé. Esta vez me pareció el beso más corto que me había dado con él y me arrepentí de no haber parado de besarle cuando por fin entró en la sala.
Me despedía de él mientras se alejaba y entonces, pude ver cómo se le caía una delicada lágrima y se la secaba intentando disimular. A las dos horas, salió Mike de la sala.
Es 15 de Agosto. Es un martes como otro cualquiera y yo me encuentro en el Parque de Boston. Está soleado y la gente disfruta corriendo, paseando o comiendo con su familia o amigos. Me tomaré un descanso hasta volver al hospital, necesito tiempo para superar todo esto. Quizás vuelva el año que viene.
P.D: Random, te quise. Te quiero.